A menudo oímos que un nuevo año significa un nuevo comienzo, nuevos hábitos. Cada año nos preparamos una lista de buenos propósitos que estarán olvidados en febrero. Da igual, os propongo de intentarlo para 2023, con unos buenos propósitos ecológicos, porque el planeta se lo merece. 3 buenos propósitos que sean alcanzables, para no desanimarnos la semana que viene, y sobre todo que tengan un impacto real, porque sí, hay acciones que cuentan más que otras.
1 – Cambio mi manera de comprar
Primera costumbre que puedes adoptar en 2023: comprar de segunda mano. Cuando compramos de segunda mano, evitamos nuevos residuos, contribuimos a evitar también gastos de energía, agua, materias primas y transporte, todo lo que fue necesario para fabricar este nuevo producto. Basta con echar un vistazo a los portacontenedores que llegan cada día de Asia para entender rápidamente de qué estamos hablando.
La segunda mano cumple todos los requisitos: es ecológica, permite ahorrar dinero… además hoy en dia se puede comprar casi todo de segunda mano: ropa, juguetes, decoraciones…
No lo dude más, comprar de segunda mano es realmente un hábito fácil de instaurar, y al mismo tiempo también nos permite cuestionarnos en profundidad nuestras compras y nuestras necesidades: como tienes que buscar un poquito más para encontrar lo que quieres comprar, pues te lo pienses más y te preguntas si realmente lo necesitas…
2 – Desplazarme… de otra manera
Lo que me molesta un poco en este debate es que el avión… es un problema de gente que no tiene problemas… cuando lo pienses es un transporte super privilegiado.
Se calcula que sólo el 11% de la población en Europa viaja en avión regularmente a lo largo de un año, es a decir, al menos una vez al año o más. Mientras tanto, el 33% de esta misma población declara que nunca sube en un avión. Por eso me molestan un poco los discursos muy culpabilizadores dirigidos a las familias con pocos recursos por ejemplo, que viajan en avion una vez cada dos o tres años despues de haber ahorrado todo este tiempo para ofrecerse este viaje… Creo que esta polémica concierne sobre todo a las personas acostumbradas a viajar mucho, los que viajan para sus negocios, o también ciertas personalidades públicas. Por supuesto, esto no impide que nos hagamos preguntas sobre este tema, y que posiblemente elijamos el tren para nuestras vacaciones o fines de semana si tenemos la posibilidad.
3 – Y dentro de mi plato…
Según Oxfam en Naciones Unidas, la ganadería es responsable del 14,5% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, y los ¾ de estas emisiones se deben sólo a la ganadería bovina. Para ponerlo en perspectiva, esta cifra representa más que la totalidad del transporte mundial. Otro punto: el 70% de la superficie agrícola mundial se destina a cultivos para alimentar a los animales, por lo que en términos de deforestación el impacto es colosal. Y también en términos de derechos humanos, porque las poblaciones que sufren malnutrición no son las que tienen acceso ilimitado a las costillas de ternera, creo que eso por lo menos está claro para todos… Así que… sí, también hay que pensar en una mejor distribución de la tierra cultivable en el mundo y, sobre todo, en la exportación de lo que se cultiva.
Cuando hablamos de comer menos carne, inmediatamente la gente se dice… “sí, vale… pero estamos negando nuestros orígenes de cazadores prehistóricos…” Salvo que en el Paleolítico comíamos mucha menos carne, y teníamos que ir a cazarla nosotros mismos. En 2023, el equivalente a campos de fútbol de la Amazonia será arrasado para plantar soja transgénica, empapada de pesticidas, y para alimentar al ganado hacinado en granjas industriales. Así que es hora de ponernos un poco serios y alejarnos del lado emocional de este debate. Comer menos carne también puede significar comer poca carne pero de mejor calidad, local, ecológica… y de paso también es bueno para nuestras arterias, así que al final… ¿Es tan complicado cambiar lo que hay en tu plato?…¡Piénsatelo!